Estos diminutos dispositivos, del tamaño de un grano de arroz, se colocan bajo la piel —generalmente en la mano— y funcionan mediante tecnología RFID pasiva, sin batería ni GPS. Al ser escaneados, transmiten una identificación, igual que una tarjeta sin contacto. Con ellos se puede entrar a oficinas, gimnasios, almacenar contactos de emergencia o incluso usar billetes de tren digitales.
El procedimiento cuesta unos 180 dólares y se ha vuelto especialmente popular entre profesionales del sector tecnológico en Estocolmo. La startup sueca Biohax International ya ha implantado chips a más de 4.000 personas, y la demanda sigue aumentando.
Suecia es terreno fértil para esta tendencia: el país tiene una fuerte cultura tecnológica, una economía casi sin efectivo —solo el 15 % de los pagos se hacen en metálico— y una población acostumbrada a compartir datos personales para acceder a servicios públicos.
Sin embargo, no todos aplauden esta innovación. Expertos advierten sobre riesgos futuros si los chips comienzan a almacenar datos médicos o financieros. La ausencia de leyes claras sobre implantes biointegrados también despierta inquietudes sobre privacidad y vigilancia.
Aun así, la moda se expande. En algunos espacios de coworking se celebran “fiestas de implantes”, y los trenes suecos ya aceptan billetes digitales basados en chips. Incluso hay compañías desarrollando versiones con mayor capacidad y luces LED para detectar escaneos no autorizados.
Fuente: NPR