El 65% de los trabajadores hoy aseguran experimentar niveles altos de estrés. ¿Es esta cifra exagerada? No. Es una realidad que se palpa en oficinas, aulas, comercios y hasta en los hogares, donde el trabajo no siempre se reconoce pero sí se acumula.
“El estrés es una luz amarilla”, advierte la licenciada en Psicología Carolina Aguirre López (M.P. 352), en una charla clara y empática que compartimos con nuestra audiencia. Según la especialista, el trabajo se ha instalado en el centro de nuestras vidas, desplazando otras áreas fundamentales como el descanso, el disfrute y el vínculo con otros.
Y es que no se trata solo de exceso de tareas, sino también de falta de reconocimiento, dobles jornadas invisibilizadas y una cultura que idolatra la productividad pero descuida la salud mental.
“Hoy todo gira en torno al trabajo o a la economía que brinda ese trabajo. Las otras áreas quedan en un segundo o tercer plano, y eso genera fatiga crónica”, afirma Carolina.
¿Cómo saber si estás viviendo bajo estrés laboral?
Los síntomas pueden ser silenciosos pero persistentes:
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Cansancio constante, incluso al comenzar el día.
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Dificultad para concentrarse o tomar decisiones.
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Irritabilidad o desinterés por actividades que antes disfrutabas.
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Problemas para dormir o sensación de “no poder desconectarte”.
Cuando estas señales aparecen, el cuerpo y la mente nos están pidiendo una pausa. No necesariamente para dejar de trabajar, sino para reorganizar cómo trabajamos.
¿Por dónde empezar para recuperar el equilibrio?
Carolina propone algo simple: cambios pequeños, posibles, sostenibles. Porque no todos pueden renunciar, reducir horas o cambiar de rubro de un día para el otro. Pero sí podemos:
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Desconectarnos del celular en franjas horarias determinadas.
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Empezar el día con más calma, incluso levantándonos un poco antes.
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Reservar una actividad diaria (por mínima que sea) que nos guste.
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Poner límites saludables, aprendiendo a decir no o respondo después.
“El estrés no es el enemigo. Es una advertencia. Nos está diciendo que así como estamos no podemos seguir. Escuchar esa señal a tiempo puede evitarnos daños mayores”.
¿Y si soy adicto al trabajo y no lo sabía?
La adicción al trabajo existe, aunque muchas veces se la disfraza de “compromiso” o “pasión”. Pero cuando el trabajo ocupa todos los espacios de nuestra vida, cuando nos sentimos culpables por descansar, cuando la productividad reemplaza al bienestar, algo está desequilibrado.
“Una adicción que no se cuestiona porque funciona para el sistema económico. Pero no para tu sistema emocional”, remarca Aguirre López.
El cambio empieza por uno mismo
“Trabajar hay que trabajar. Esta es la realidad. Pero no tenemos que vivir para trabajar. El orden empieza por cosas pequeñas. Porque te merecés vivir bien, no sólo producir”.
En este Día del Trabajador, el mejor homenaje que podemos hacernos quizás no sea solo marchar o descansar: tal vez sea preguntarnos cómo estamos, cuánto nos cuidamos y si todavía vivimos una vida que vale la pena ser vivida.