Parece mentira escribirlo.
Porque hay presencias que no saben volverse ausencia del todo.
Porque aún la imagino entrando apurada a una reunión, con una pila de papeles bajo el brazo y alguna historia urgente para contar.
Nos conocimos en los márgenes del periodismo, y ella siguió avanzando por los caminos de la literatura. Caminábamos esos territorios donde las palabras no son mercancía, sino abrigo, trinchera, testimonio. Otros la conocieron también en actividades literarias, círculos de lectura, ferias del libro, como la de la Biblioteca Pedagógica de Puerto Madryn, donde solíamos cruzarnos entre libros, amigos en común o en alguna cobertura especial.
Sandra no escribía para lucirse: escribía porque era su manera de estar en el mundo. Su forma de resistir. De organizar su memoria cuando el cuerpo o la mente pedían tregua. Hacía listas, notas, registros. Llevaba todo por escrito. Y sin embargo, a veces se olvidaba de una cita, no por descuido, sino porque sostenía muchas cosas a la vez. Aun así, era una mujer profundamente comprometida, caótica y generosa hasta el fondo.
La veíamos marchar, organizar, reírse, enojarse, compartir. Sabíamos —aunque no siempre lo dijera— que también luchaba con su depresión. Una batalla silenciosa, que no le impedía estar. Porque Sandra siempre estaba: en los espacios literarios, en las radios comunitarias, en las calles.
Entendía demasiado de vivir, aunque ese saber doliera. Aunque el mundo la empujara, una y otra vez, hacia los márgenes.
El pasado 24 de abril se cumplió un año desde su partida.
Y la seguimos nombrando.
En cada ronda donde circula la palabra, en cada lectura compartida, en cada abrazo entre colegas que saben que la lucha por decir también es una lucha por vivir.
Sandra Mercado eligió salirse del libreto.
Y por eso, también, fue imprescindible.
Asociación de Comunicadores de Puerto Madryn.