Cada 18 de mayo se celebra en la Argentina el Día de la Escarapela, uno de los emblemas patrios que, más allá de su forma y color, lleva consigo una profunda historia de lucha, organización militar y sentimiento nacional. Su origen se remonta a los agitados días de enero de 1812, cuando Manuel Belgrano, ya comprometido con la causa revolucionaria, encabezaba una expedición hacia Rosario con una misión estratégica: frenar los abastecimientos a los realistas sitiados en Montevideo.
La historia recoge un momento poco conocido pero revelador. El 24 de enero de 1812, La Gaceta anunciaba que Belgrano había donado 86 libros a la Biblioteca Pública, cumpliendo una promesa hecha a Mariano Moreno, ideólogo de esa iniciativa. Ese mismo día, a las 16 horas, partía con su regimiento hacia Rosario. En la mañana había despachado 16 carretas con provisiones, municiones y enseres rumbo a San José de Flores. La organización era rigurosa: el subteniente Anglada debía adelantarse para preparar leña para el campamento, mientras el capitán Forest y el cadete Díaz fijaban el lugar donde acamparían.
La misión de Belgrano era clara: instalar baterías costeras sobre el río Paraná para evitar que los buques enemigos cargaran ganado y provisiones. En plena marcha, acamparon en lugares como la Cañada de Morón, Luján y Capilla del Señor. A pesar de las inclemencias del tiempo y las dificultades logísticas, Belgrano no detuvo su avance. A comienzos de febrero, al llegar a Rosario, fue recibido con honores por el comandante Moreno, el alcalde y vecinos de la zona.
Allí, en las barrancas del Paraná, se instalaron dos baterías. Una fue llamada Libertad, ubicada cerca de donde hoy se levanta la Catedral de Rosario. La otra, en la isla del Espinillo, fue bautizada Independencia. Ambas fueron montadas por Ángel de Monasterio, un español adherido a la causa patriota y conocedor de ingeniería y artillería.
Fue en ese contexto cuando Belgrano advirtió un problema que, aunque simbólico, tenía implicancias prácticas y de identidad: sus tropas usaban distintos uniformes y no contaban con un distintivo común. El 13 de febrero elevó un pedido al Primer Triunvirato solicitando la declaración oficial de una escarapela nacional. En su carta expresaba:
“Parece que ha llegado el momento en que se deba declarar la escarapela nacional que debemos usar, para que no se equivoque con la de nuestros enemigos y que no haya situaciones en que nos pueda ser de perjuicio…”
El Triunvirato aprobó el uso de la escarapela blanca y celeste, dejando de lado el distintivo rojo hasta entonces utilizado por las tropas patriotas. Días después, el 21 de febrero, los vecinos de Buenos Aires comenzaban a lucirla en sus sombreros. Desde entonces, este emblema se convirtió en símbolo de unidad y pertenencia.
¿Qué inspiró los colores? Aún no hay certeza. ¿Fue el cielo argentino? ¿Una referencia a la dinastía Borbón? ¿Un homenaje a los cuerpos que defendieron la ciudad en las invasiones inglesas? ¿O simplemente las cintas celestes y blancas que French y Beruti repartieron durante la Semana de Mayo de 1810? La historia no lo aclara. Lo cierto es que, desde su creación, la escarapela simboliza la identidad de un pueblo que luchó por su libertad.